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VELOCIDAD

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Por Javier Carlo

 

 

Fecha de publicación: 20 de septiembre de 2012

En números redondos, la Tierra gira sobre su eje a una velocidad media de 1,670 km/h en el Ecuador, esto es, a 464 m/s; y en relación al Sol, lo hace a una velocidad media de 107,208 km/h, lo que equivale a 29.8 km/s. Nosotros no percibimos la rapidez de este movimiento, por una parte, debido a que se trata de un desplazamiento constante, y por otra, ya que nosotros mismos formamos parte de él.

En una escala mucho más próxima, la velocidad del pensamiento llega a alcanzar hasta 362 km/h en un ser humano, es decir, unos 100 m/s, lo que implica que un impulso nervioso pueda ir de una a otra parte del cuerpo y volver en menos de 1/25 de segundo, y esto depende en buena medida del grosor y de la calidad del nervio.

En uno y otro caso, la velocidad es considerable, comparada por ejemplo, con el registro de salida promedio de una bala –cuyo movimiento no es constante–, que es de 330 m/s. Y aunque parezca sorprendente, éstas son las velocidades con las que vivimos todos los días.

Darnos cuenta de ellas o no, no tiene que ver tanto con la rapidez del movimiento, como con la relación que establecemos con el concepto de tiempo, es decir, con el paso de la existencia: continuo e irreversible, pero también relativo, aún difícil de conciliar en unidades métricas y cognitivas; lo que hace que nuestra noción de velocidad sea mucho más perceptual que física.

Ahora vivimos más rápido y eso no es propiamente porque la Tierra gire más veloz o pensemos más aprisa, sino por el hecho de que en cada época hemos integrado nuevas percepciones a la dinámica de vida de las personas, las cuales determinan su existencia y por ende, su concepción del tiempo y la forma de organizarse en torno a él.

Sin duda, nuestros antecesores resintieron situaciones “drásticas” que los obligaron a modificar sus pautas y ritmo de vida, tales como el auge de los medios eléctricos y audiovisuales –en particular, el teléfono y la televisión–, los movimientos de liberación social de la mujer y de las minorías, así como aquellos cambios en la estructura de la familia, el trabajo y la economía, por mencionar sólo algunos; y que los hicieron vivir perceptualmente “más rápido”. Cambios –a su vez– comparables con los de sus propios antecesores, por ejemplo, la electrificación, la migración a las ciudades y el influjo del cine, la radio y el periodismo en la vida pública.

Nosotros no nos quedamos atrás. Actualmente ya no es posible vivir sin hablar de globalización, Internet, comunicación móvil, investigación genética y exploración espacial; y no menos importante, sin hablar de aquellos cambios en las estructuras de la vida, tal y como la conocíamos hace unos años, desde la convivencia humana hasta las políticas medioambientales que tienen que ver con el cuidado del planeta. Lo que antes lográbamos a lo largo de casi 60 años, ahora lo estamos concretando en menos de 40. Y más pronto de lo que nos demos cuenta, las cosas vuelven a cambiar.

Así, una mayor incorporación de cambios en la vida social, supone una percepción más veloz de la existencia; fenómeno que nos “empuja” a vivir cada vez más rápido.

Ahora bien, la tecnología es un factor que históricamente suele catalizar la velocidad con que ocurren los cambios, de tal forma que buena parte de los avances que hoy vivimos son el resultado de una aplicación tecnológica.

Algunas ventajas de este binomio “tecnología-velocidad” son la producción de los flujos informativos a los que tenemos acceso y la masificación de los medios; la superación de la distancia física y el espacio material para la implementación de acciones; así como la incursión en otras realidades distintas a la realidad tangible, por ejemplo, la realidad virtual, la realidad aumentada y el hiperrealismo. Y así muchas más. Pero en contraparte, también existen vicisitudes que debemos enfrentar como resultado del hecho de vivir rápido, las cuales no siempre nos detenemos a analizar.

Hoy por hoy existe una desconexión cada vez más franca con nuestro medio ambiente, la cual tiende a privilegiar los entornos virtuales y nos impide reconocer el estado en el que se encuentra el planeta, así como dimensionar la importancia que tiene no sólo el hecho de preservar los recursos naturales, sino de adoptar una visión sustentable; dado que este tipo de recursos no suele restaurarse a la misma velocidad que los recursos tecnológicos, la infraestructura, los procesos o cualquier otro elemento social sobre el que pudiéramos tener control.

Lo mismo, nos impide disfrutar de las bondades de la naturaleza, presentes en esos grandes detalles de la vida: un paisaje, el calor del sol, el rumor del agua o del viento, un crepúsculo salpicado de colores, la luna llena o simplemente un momento de calma, y así un sinfín de ejemplos; lo que paradójicamente pensamos que podemos obviar o sustituir por una experiencia de carácter inmaterial, y lo que muchas personas ya no suelen vivenciar.

También cada día, hay más gente que adopta el mito de que a mayor cantidad de recursos tecnológicos, canales de información e innovaciones, existen mejores formas de comunicación y mejores formas de resolver las cosas: más rápidas, más ágiles y más efectivas; lo que diluye por una parte, los límites entre el espacio de acción y la manera como demandamos las cosas, sin darle su justo peso a los procesos, los cuales se llevan a cabo en el mundo tangible (o de algún modo están conectados con él); y demerita por otra, la importancia de las relaciones presenciales, de tal forma que muchas personas ya no logran comunicarse con otras si no es a través de un dispositivo, sea cual sea.

Así, pensamos que todo se puede resolver mediante el binomio “tecnología-velocidad” y en entornos derivados de esta relación, de la cual se presume que aminora –además– factores de costo, tiempo y desgaste en las operaciones; cuando en realidad, lo que “esta idea” ha llegado a sacrificar, es el verdadero valor de la comunicación humana. En este sentido, más rápido, más demandante, sin hacer contacto y a toda costa, no, no es mejor.

Derivado de este punto, las relaciones humanas se han denigrado en cualquier ámbito de acción, como si ya no existiera ese disfrute por la compañía, la convivencia y el hecho de encarar a una persona en todas sus dimensiones.

En tanto que pensamos que las experiencias a través de los medios virtuales y la comunicación móvil son más gratificantes e intensas, tendemos a despersonalizar a aquellos que nos rodean, “perdiéndoles sabor” incluso cuando están con nosotros, y a hacerlos más vívidos cuando interactuamos con ellos por medio de pantallas. Igual le ocurre a una pareja que está en un café sin soltar sus celulares mientras conversa, que a un líder de proyecto que ha restringido toda interacción física con sus colaboradores, en pos de la productividad; en ambos casos se está dejando escapar, “así de rápido”, la dimensión más rica y más cálida de las personas: su presencia; la cual nunca estará de más y en la cual, bien valdría la pena reenfocarnos.

Lo más grave es que como consecuencia de lo anterior, también se advierte un abandono de la propia persona, de tal forma que el sujeto ya no es capaz de encontrar su esencia dentro de sí mismo, ni en su esfera próxima, sino que la proyecta cada vez más hacia una realidad intangible, por considerarla más estimulante, más efectiva y paradójicamente más rápida; no obstante, plagada de estereotipos y pasajera. Situación que en definitiva, contribuye a mermar su potencial comunicativo y podría conducirlo a una fase de inestabilidad.

A estas alturas, la importancia de la velocidad con que vivimos no radica en qué tan rápido vamos, sino en qué tan bien podemos emplear esta misma velocidad para mejorar todos los ámbitos de actividad humana, de los macro ambientales a los íntimos, reaccionando de la manera más adecuada, y entonces crecer con gran impulso.

Detengámonos un momento.

_____________________________________

JAVIER CARLO. Maestro en Administración de Tecnologías de Información por parte del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México, y Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España. Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del ITESM; cuenta con estudios sobre publicidad, desarrollo de proyectos, psicología social y antropología de las organizaciones.

Estratega en comunicación y catedrático. Su experiencia profesional abarca el marketing para medios y el desarrollo de proyectos audiovisuales; así como el diseño de programas educativos a nivel superior y la docencia.

Actualmente es colaborador del Tecnológico de Monterrey, coordinador editorial del boletín 'Perspectiva de Género en el Turismo', de la Secretaría de Turismo (México), y gestor de proyectos de comunicación.

Contacto:
http://cafeycatedra.blogspot.mx/
jcarlomena@gmail.com
facebook: Javier Carlo
twitter: @javocarlo

 

 

 


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